
Laura Vargas, 19 de septiembre de 2015
Nuestro encuentro tuvo lugar en un mar de gente ocupada en sus asuntos, mientras el afán por tocarnos no daba espera, haciendo de nosotros un colorido río revuelto de sensaciones matizadas en el más inocente deseo, el transporte público escuchaba atento nuestra fugaz conversación, supimos llegar a tu espacio, los cabellos rojos caían sobre mi espalda, no te importaba que ahora fueran rojos y pronto estuvieran blancos, tampoco las cicatrices de mis piernas o los kilos de más o el resto de imperfecciones que me rodean, incluso, las que no se ven.
Las gotas competían por llegar a mis caderas, abrazando mis pechos y rodeando mi vientre.
Me encontraba sobre el sofá de esa habitación, desnuda, porque te gustaba contemplarme, me lo decían tus ojos, brillando. Luego de llenar nuestros estómagos con mariposas, las caricias nos hicieron una sola persona, el miedo de no poder sentirte lo suficiente cesó con el roce de tu cuerpo contra mis poros que te anhelaban, era sentirnos como polvo de estrellas flotando, de nuestra mente desaparecieron las preocupaciones, los males pasados y todo a nuestro al rededor, cansados de lo cotidiano, al compás de un atardecer de ciudad fría, en una cálido cuarto, el hueco más profundo de mi intimidad fue garaje de tu sexo.